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Thursday, May 20, 2004
  salí del burdel con más fiebre que cuando entré. estuve ahí tres días, sin comer, sólo bebiendo aguardiente y comiendo aceitunas y galleta. salí a la brecha dentro de una de las colonias de cartón a las orillas de cholula. hizo más frío y estaba ebrio, la lucidez estaba adentro de mí; afuera todo tambaleándose. todo pasa a media noche, sólo una luminaria encendida en la vereda, el resto es noche y reflejo de las estrellas en los espejos de lodo. fui un pez abisal y seguí la luz de sus mandíbulas. al llegar al farol encontré una mujer apoyando su mano sobre él. helándome por la fiebre con la mirada me transformo en lobo y hablé con ella y la llamé. cuando soltó el farol, se apagó la luz y nos sumergiendo vertiginosamente hacia el final del abismo, nadando y enredándonos y caímos sobre el fondo de fango donde me pidió que buscara entre sus piernas y encontré con el tacto un miembro masculino atrofiado, tibio y hermoso. abrazados vemos pulpos observándonos con malicia desde lejos. ella se va nadando hacia la superficie y me deja en la oscuridad, regresándome el frío de la fiebre. la primera luz del día me transformó en hombre otra vez, colgando de mi cuello encuentro el collar hecho de pequeños tetraedros de obsidiana del hermafrodita psíquico. despierto al anochecer en el centro de cholula, cegado por las luces del alumbrado. cuando paso, tocando con mi mano, voy apagando una a una.
 
  imagínense estar sentados en la colina mirando hacia el noreste.
No hay nada ¿verdad? Nadie ni nada estuvo aquí antes. Puedo asegurarlo. Somos los primeros.
El cielo. El infierno. El cielo. Nada de esto existe. Es sólo un color, una posibilidad, una presencia que lo domina toda y no tiene rostro. Así supe que existía yo. Una vez miré y no había nada. En esta misma colina; en este mismo pastizal. Sólo suelo donde andar. Pero el cielo puede caer sobre tu cabeza como me pasó a mí. El mismo cielo, el cielo de mi padre y de su madre, y del padre de ella y su madre y el padre de ella y la madre de dios.
No había nadie aquí.
Piedras y palos cayeron cuando hablé. Nadie había hablado antes; pero nadie. Y para que entiendas, porque puedo contarlo te diré. Hace 4 mil millones de generaciones estaba yo, oliendo una flor, en esta colina de flores y pasto que llamas ciudad de mésico, y nadie sabía de mi, y fuí a dormir con mi hembra, y olvidé.
¿Olvidarás tú?